No hay mucho qué hacer, sino respirar este pútrido aroma a ciudad, a muerte, a mí en descomposición. Qué curioso que este sea el verdadero olor del hombre: cuando uno no se baña, no se afeita, no se acicala, huele a muerte, ¡vete, muerte! ¡Vete! Vivimos con ella y no lo sabemos. Lo sabemos, ¡claro que lo sabemos!, pero nos encanta hacernos pendejos, nos encanta perfumarla, que nos hable bonito, pintarla de rosa, de verde y azul pastel, ¡un carajo que nos burlamos de la muerte! Yo no me estoy riendo.