Blanca Ortiz Ostalé

—¡Qué importa no tener día si así tampoco tenemos muerte! —decía una; se ve que eso de morirse le daba miedo.

—No —replicó la otra—, ¡queremos ambas cosas, la luz y la muerte!

Solo aquellos sepultados en tierra firme suben al cielo; los arrojados al mar descienden al inframundo, que también es un lugar muy agradable.

Veréis, cuando alguien muere y sus parientes lo lloran demasiado, no recupera las fuerzas y debe yacer así hasta que dejan de llorarlo.

En los primeros tiempos todos los seres humanos eran esquimales. Sucedió entonces que un perro tomó a una muchacha por esposa y de la prole que tuvieron es de donde descienden los hombres blancos.

La muchacha, sin embargo, avergonzada de sus hijos, los abandonó en el mar subidos a la suela de una bota. Así fue como viajaron a otros países y llegaron a ser padres de todos los hombres blancos.

En la vejez no hay mentiras.

Hace mucho, mucho tiempo, cuando aún no existía la Tierra, cayó de lo alto; tierra, montañas y piedras, de arriba, del cielo; así apareció la Tierra.

En aquellos tiempos el agua ardía.

El hombre luna iba vestido como un humano, aunque con todas las ropas de piel de oso y un abrigo provisto de una gran capucha.

Pasó mucho tiempo aún en casa del hombre luna, conociendo todas sus maravillas y admirando muchas cosas que antes le estaban vedadas

entonces el mar lo arrasó todo.