Recuerdo haber pensado que todas esas historias empezaban igual que los clásicos cuentos de hadas que solían contarme papá y mamá, sólo que, en vez de brujas que encerraban a los niños en hornos y reinas malvadas que conjuraban manzanas envenenadas, los monstruos que sometían a sus familias a atrocidades inenarrables eran los padres y los maridos, y todas estas historias terminaban sin que nadie salvara a nadie.