Tomás Peters

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    debate sobre las políticas culturales tuvo un origen distinto: la discusión sobre la ampliación de las obligaciones del Estado para la construcción del Estado de bienestar y las demandas de diversos actores sociales –conservadores, restauradores, educadores, artistas, periodistas, intelectuales y varios más–, quienes señalaron la obligación de los Estados modernos tanto de promover la extensión de la producción y el consumo de los bienes culturales como de hacer acompañar el desarrollo económico por la cultura.
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    los funcionarios políticos de la cultura es que estos últimos sostuvieron a priori el carácter positivo de la cultura de donde se deducía la obligada actuación del Estado en esta materia
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    confrontación entre la sociología del arte y el despliegue de las políticas culturales constituyó un círculo virtuoso del que emergió un trabajo sociológico de primer orden que supuso posicionamientos ante nuevos campos temáticos –in-disciplinas teóricas, como señala Peters, tales como los estudios culturales y la historia cultural– que dieron lugar a que «la obra de arte se retoma como un dispositivo crítico-cultural que interviene en lo social y que es posible de productivizar desde las políticas culturales contemporáneas»
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    El otro terreno de reflexión es la tensión permanente entre el mercado y los movimientos sociales para producir un arte autónomo, lo que puede ser la marca del siglo XXI bajo la esfera del capitalismo neoliberal.
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    paradoja es que si bien fue un alivio el fin de la opresión que el socialismo real ejercía sobre millones de seres humanos, las siete décadas de régimen socialista también representaron la más grande experiencia de la humanidad en la satisfacción de un anhelo liberador.
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    que mueve ahora a muchos grupos sociales es la construcción de nuevos lazos solidarios al tiempo que reivindican el individualismo y la libertad personal. Es una paradoja notable el que en esta época de extrema individualización también los movimientos sociales
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    El otro terreno de reflexión es la tensión permanente entre el mercado y los movimientos sociales para producir un arte autónomo, lo que puede ser la marca del siglo XXI bajo la esfera del capitalismo neoliberal. La caída del muro de Berlín no solamente terminó con un régimen autoritario y una amenaza de destrucción nuclear. Aparentemente también acabó con un proyecto de emancipación fincado en la solidaridad humana, el respeto a la naturaleza y el estallido de la creatividad en todas sus dimensiones. La paradoja es que si bien fue un alivio el fin de la opresión que el socialismo real ejercía sobre millones de seres humanos, las siete décadas de régimen socialista también representaron la más grande experiencia de la humanidad en la satisfacción de un anhelo liberador. Ahora, en la etapa neoliberal, un mundo de desplazados de la producción se vislumbra en el futuro inmediato. La marginalidad y la desigualdad se ahondan de modo que la pretensión de racionalizar la economía y la cultura a partir de la extrema individualización se asoman confrontadas por quienes se preguntan qué ventaja obtendrán de desatar la iniciativa personal y acrecentar el valor del sujeto neoliberal si es más bien la vieja corporación familiar, comunitaria, barrial o de clase la que permite a las mayorías encontrar posibilidades de participar en la distribución de los recursos sociales. Si los movimientos sociales, consustanciales a la vida social en cualquier circunstancia, han perdido la utopía de una sociedad igualitaria dirigida por un Estado planificador de la producción y el consumo, y si el desmoronamiento del mundo tradicional por la extrema avidez de la explotación de la naturaleza, la contaminación o el cambio climático impiden pensar en un arcadia rural y comunitaria que se supone que existió con anterioridad, lo que mueve ahora a muchos grupos sociales es la construcción de nuevos lazos solidarios al tiempo que reivindican el individualismo y la libertad personal. Es una paradoja notable el que en esta época de extrema individualización también los movimientos sociales sean sujetos neoliberales de otro tipo.
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    ¿Cómo se puede exigir compromiso o espíritu crítico y, al mismo tiempo, demandar libertad creativa, la cual, se supone, puede alcanzar hasta la falta de espíritu crítico?
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    una mirada artística al activismo político. Son modos de producción de formas estéticas que claramente son una opción teórica política que los sitúa entre las opciones de la acción social y la tradicional exigencia de autonomía del arte.

    Son las asperezas o fricciones que enfrenta el arte sexodisidente cuando también quiere estar en los museos oficiales: hacer entrar un arte crítico con el poder (un Estado fóbico) pero reproducirlo al acrecentar los archivos de ese poder.

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