Con los mayores nunca conseguía tocar la pelota, no me divertía en absoluto. Una vez me enfadé tanto que corrí, agarré el balón y me marché sin despedirme. No me estaba divirtiendo. ¡Y el balón era mío! Y ser el protagonista, el dueño del campo y del balón ya era por aquel entonces, y siempre lo será, algo capital en mi visión del juego. Además, aquel era un regalo de mi padre.