Gregorio Doval Huecas

  • Haide De la Rosacompartió una citahace 2 años
    centro del mundo y que conocemos todos como China.
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    Recorra también, en estas páginas, la Gran Muralla, la Ruta de la Seda o los vastos escenarios en los que creció este imperio: las fértiles cuencas de los ríos Yangtsé y Amarillo, las inaccesibles cimas del Himalaya y el Karakórum, la brumosa meseta del Tíbet, las inacabables estepas de Mongolia y Manchuria, el próspero delta de Cantón o el impenetrable desierto de Gobi…
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    volvía su rostro durante los combates. El truco era que escondía bajo el ala de su sombrero unas mechas de combustión lenta que encendía antes de abordar un barco enemigo.
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    El pirata inglés Barbanegra, el terror de los mares en el siglo XVIII, era famoso por el pavoroso humo negro que en
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    ries en conjunción con Marte, Saturno y Venus. Gracias a esta favorable situación astrológica, los humores que nutrían el cuerpo del recién nacido funcionaban con tanta intensidad que segregaron, en lugar de masa ósea, oro puro. Pero ahí no quedaba la cosa, ya que Horst estaba convencido de que la aparición del diente de oro era un aviso del fin de la expansión del Imperio otomano e indicaba un próspero futuro al Sacro Imperio Romano Germánico. Por el hogar de los Müller fueron pasando ilustres investigadores a cual más entusiasmado con el caso. Centenares de curiosos peregrinaban hasta la aldea de Weigelsdorf para ver al famoso niño del diente de oro. Al igual que Horst, otros estudiosos del tema publicaron libros sobre el suceso. Martin Ruland trató de hallar una explicación racional, mientras que John Ingolstetter coincidía abiertamente con la versión de Horst de que la pieza había salido por causas sobrenaturales
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    El 22 de diciembre de 1585 nacía en la aldea de Weigelsdorf, en Silesia, Christoph Müller, un niño al que le creció un diente (un molar inferior izquierdo) de oro. Aunque se estimó que fue a los dieciocho meses cuando le apareció tal pieza dentaria, la noticia no se difundió hasta 1593, cuando contaba con ocho años. Estudiosos, médicos, filósofos y curiosos de la época corrieron a investigar el caso y así poder contar esta maravilla al mundo a través de libros y escritos. Uno de los que más empeño puso en explicarlo fue Jakob Horst, profesor de Medicina en la Universidad de Helmstedt, quien contactó con la familia del niño y le realizó a este una sencilla prueba que consistía en frotar sobre la pieza con una piedra de toque de las utilizadas en orfebrería para contrastar la autenticidad y la calidad de metales preciosos. Horst realizó la prueba y la piedra quedó marcada; por tanto, no había dudas, el diente de oro era real, aunque, por el trazo de la marca, el profesor pudo precisar que se trataba de oro de baja calidad. En 1595, Horst publicó un tratado de ciento cuarenta y cinco páginas sobre el caso, que tituló De Aureo dente maxillari Silesii pueri (‘Del diente de oro del niño de Silesia’). Era tal el entusiasmo que le puso al tema que incluso atribuyó el origen del hecho a factores sobrenaturales. En su obra señalaba que el 22 de diciembre de 1585 coincidía con el solsticio de invierno y además se había producido una inusual alineación de los planetas. En el momento del nacimiento de Christoph, el Sol se hallaba en la constelación de
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    por Balthazer Caminæus, un médico de Fráncfort, en la que describía cómo el muchacho sólo mostraba la pieza dorada a aquellos que habían pagado previamente. El galeno Rhumbaum, en su exploración, había podido comprobar una pequeña y sospechosa grieta en el diente. El tiempo confirmó la hipótesis de Liddell. Con los años y la presión de la masticación diaria, se fue desgastando el suficiente oro como para revelar que se trataba de una simple y fina capa colocada sobre la pieza dentaria. Para que no se descubriese el engaño, el muchacho trató de ocultar el deterioro del diente negándose a mostrárselo a nadie más. En cierta ocasión se presentó un noble lleno de curiosidad por observar el prodigio del niño con un diente de oro. La soberbia del caballero, unida a su estado etílico, hizo que montase en cólera cuando el muchacho se negó a abrir la boca y mostrar su
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    dejarlo en la emisora como víctima. Su cadáver sería una de las pruebas de que el ataque había sido realizado por polacos. Este tipo se llamaba Franciszek Honiok y, en cierto modo, se puede considerar la primera víctima mortal de la Segunda Guerra Mundial. La noche del 31 de agosto al 1 de septiembre de 1939, entre las cuatro y las cinco de la madrugada, Heydrich telefoneó a Naujocks y le dijo la frase en clave que ordenaba el comienzo de la acción y casi el comienzo de la Segunda Guerra Mundial: «La abuela ha muerto».
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    La primera faraona de Egipto fue Hatshepsut, que comenzó su reinado en 1502 a. C. Para no trastornar los convencionalismos, se hizo representar en bustos y esfinges con vestimenta masculina y barba y sin senos.
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    Por ejemplo, al final de la Primera Cruzada, un peregrino llamado Pedro Bartolomé, comentó que había tenido una revelación y que se debía excavar en la iglesia de San Pedro en Antioquía. Casualmente, encontraron allí una lanza y, por supuesto, no tardaron en determinar que era, ni más ni menos, que la Lanza Sagrada que el soldado romano Longinos había clavado en el costado de Cristo durante la Crucifixión. Ni más ni menos.
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