Gavi Figueroa

«Si el hilo que une nuestras almas ha sido cortado, me encargaré de volverlo a unir. Si en las estrellas está escrito que no te vuelva a ver, brillaré más que ellas para que puedas encontrarme. No importa cómo, construiré la forma de quedarme a tu lado»

A todas las que amamos los clichés

y estamos hartas de fingir que no.

Fue incómodo cuando su papá abrió la puerta del cuarto y lo encontró con la mandíbula abierta y el pene del chico hasta la garganta, pero solo eso

—Estoy en el parque todas las tardes —acotó Ikal—. Te dejaré sentarte aquí si me traes más de esos dulces.

Para Ángel fue como escuchar una nueva canción de Disney, se lanzó para abrazarlo, Ikal lo detuvo.

—Espacio personal, angel.

Fue la primera vez que dijo su nombre, sin usar el acento, Ángel lo adoró en ese instante.

No volvieron a quebrarse ningún hueso, sin embargo, sus corazones no corrieron con la misma suerte.

—Eres flaco ¿Por qué usas tanto espacio?

—Porque soy una gran persona, ya duérmete.

—Mmm, no, Sergio. Bueno, sí… sí, Sergio. Ahí.

—Yareth, Yareth…

Lo pellizcó.

—Usa las cadenas, úsalas. Amárrame, hazme tuyo.

Enamorarse es como nadar, si no sabes hacerlo estás destinado a ahogarte en el intento.

No es que le molestase que Ángel no quisiera dormir con él, no es como si extrañase su baba sobre la playera o su nulo concepto de espacio personal. No. ¿Pero rehuir de sus ojos? ¿Dejar de pegarse como una lapa sin un motivo?

Ángel era el chico que hacía sus días más luminosos, que ver su sonrisa tiraba de su corazón, era la persona que lo sacaba de sí mismo y lo quería cuando ni siquiera él se soportaba.

Lo tenía tan metido debajo de la piel que no encontraba otra respuesta más que esa: lo quería.