Cabaret Voltaire

entiendo que, desde siempre, el deseo, la escritura y la muerte son para mí intercambiables.

La vida, la muerte, se quedan cada una a un lado, disyuntivas.

Estoy en plena disyunción. Puede que un día deje de ser así, y todo aparezca ligado, como en una historia. Para escribir, tendría que esperar que esos dos días se fundieran con el resto de mi vida

que leer era perder el tiempo. Me decía, con los ojos brillantes, «está bien tener imaginación», prefería

Hago el amor como si fuera siempre (¿y por qué no habría de ser así?) la última vez, como un simple ser vivo.

Nos sentimos en soledad estando con niños. A ellos les da igual los contornos de nuestro mundo. Intuyen su dureza, su negrura, pero no quieren enterarse.

He buscado el amor de mi madre por todas partes en este mundo. No es literatura esto que estoy escribiendo. Veo la diferencia con los libros que he hecho, o más bien no, porque no sé hacer libros que no sean esto, este deseo de salvar, de comprender, pero de salvar primero. Al teléfono, Annie M. me ha dicho que no se puede transcribir directamente lo que se siente, que hay que dar un rodeo. No sé

Te das cuenta de tu locura, no quieres volver a verlo nunca más. Te juras olvidarlo todo y no contárselo a nadie jamás.

El primer eco del mundo me llegó por mi madre.

«era una mujer que encendía todo a su paso», y evocar en desorden escenas en las que aparece

La extrañeza de dormir por primera vez con un hombre. Pertenezco sin duda a la primera generación de mujeres que conocen más la sorpresa renovada de las camas aleatorias que la costumbre del lecho conyugal