Paula Zumalacárregui Martínez

No nos gusta correr el riesgo de ofender a los hombres.

l «día de la venganza», una fantasía enfermiza en la que los célibes involuntarios castigarán al mundo masacrando de manera sangrienta a las mujeres que los atormentan y a los chads que monopolizan injustamente el «mercado sexual»: «Todas las mujeres se merecen nuestro odio más absoluto», escribe un usuario.

. En otras palabras, el problema no es que las mujeres mantengan relaciones sexuales, sino que tengan poder de elección sobre con quién mantenerlas.

Ya en 2003 empezaba a hacerse patente la tendencia a emplear argumentos «históricos» para respaldar las creencias de los incels.

Parte del problema es que esto atañe a las mujeres. Y, si ni siquiera nos tomamos en serio la violencia contra las mujeres que se produce en el mundo real, ¿cómo vamos a tomarnos en serio la del mundo virtual, donde es muy fácil que se vea como una broma o una sátira?

La exposición prolongada a la retórica violenta de los ideólogos más radicales insensibiliza y cautiva poco a poco también a otros miembros. Y quizá esa combinación sea la más explosiva y peligrosa de todas.

Por desgracia, una vez que los jóvenes se adhieren a una comunidad que les ofrece una sensación de pertenencia e identidad, la atracción puede ser tan poderosa que cuesta renunciar a ella; sobre todo, a medida que sus ideas y su discurso en Internet se van radicalizando.

tos. Si las preguntas que nos hacemos sobre los incels se limitan a la probabilidad de que perpetren actos de violencia masiva, no estamos entendiendo nada.

Por supuesto, si en los colegios estuviéramos enseñando activamente a los jóvenes sobre relaciones saludables y consentimiento sexual, quizá esos consejos tan malos no tendrían unas consecuencias tan catastróficas: al menos, los chavales tendrían algo con lo que comparar esas sugerencias.

Los hombres son víctimas de los mismos estereotipos que los activistas por los derechos de los hombres contribuyen a sustentar.