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John Williams

  • Adal Cortezcompartió una citahace 6 meses
    En su tierna juventud, Stoner había pensado en el amor como en una manera de existir absoluta a la que podría acceder si era afortunado; en su madurez había decidido que era el cielo de una religión falsa hacia el que se debía mirar con sosegado descreimiento, benévolo y crónico desprecio y vergonzante nostalgia. Ahora, a su mediana edad, empezaba a entender que ni se trataba de un estado de gracia ni de una ilusión; lo veía como un acto humano de conversión, una condición inventada y modificada, minuto a minuto y día a día, por la voluntad y la inteligencia del corazón.
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citael año pasado
    los diecisiete sus hombros habían empezado ya a encorvarse bajo el peso de sus ocupaciones
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citael año pasado
    Un estudiante cualquiera al que le viniera a la cabeza su nombre podría preguntarse tal vez quién fue William Stoner, pero rara vez llevará su curiosidad más allá de la pregunta casual. Los colegas de Stoner, que no le tenían particular estima cuando estaba vivo, ahora raramente hablaban de él; para los más viejos, su nombre era un recordatorio del final que nos espera a todos, y para los más jóvenes es meramente un sonido que no evoca ninguna sensación del pasado ni ninguna identidad con la que ellos pudieran asociarse ni a sí mismos ni a sus carreras
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citael año pasado
    William miró a su madre. «¿Mamá?», preguntó.
    Ella dijo en un tono neutro: «Haz lo que diga tu padre».
    «¿De verdad quieren que me vaya?», preguntó, como si casi esperara una negativa. «¿De verdad quieren que me vaya?»
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citael año pasado
    William extendió sobre el mantel las manos, que a la luz de la lámpara tenían un reflejo apagado. Nunca había estado más allá de Booneville, a quince millas. Tragó saliva para tranquilizar la voz.
    «¿Piensa que podrán apañarse aquí solos?», preguntó.
    «Tu madre y yo nos apañaremos.
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citael año pasado
    Entre ellos hubo dos con los que entabló amistad, David Masters y Gordon Finch.
    Masters era un joven algo oscuro de lengua afilada y ojos amables. Como Stoner, acababa de empezar su curso de doctorado a pesar de ser un año o así más joven que él. En la facultad y entre los estudiantes graduados tenía fama de arrogante e impertinente, y se había extendido la idea de que tendría problemas para titularse. Stoner pensaba que era el hombre más brillante que había conocido y se refería a él sin envidia ni resentimiento
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citael año pasado
    Aún sonriente y con malévola ironía, se giró hacia Stoner. «Tú tampoco te escapas, amigo. Para nada. ¿Quién eres tú? ¿Un sencillo hombre de campo, como te finges? Oh, no. Tú también estás entre los enfermos, tú eres el soñador, el loco en el mundo de los locos, nuestro Don Quijote de El Medio Oeste sin su Sancho, retozando bajo el cielo azul. Eres lo bastante listo —más listo al menos que nuestro mutuo amigo—. Pero tienes el mal, la vieja enfermedad. Crees que hay algo aquí, algo que encontrar. Bueno, en el mundo lo aprenderías rápido. Tú también estás destinado al fracaso; no es que te vayas a enfrentar al mundo, dejarías que te masticara y que te escupiera y te quedarías ahí pensando qué salió mal. Porque siempre esperaste que el mundo fuera algo que no es, algo que no deseó ser. El gorgojo en el algodón, el gusano en el frijol, el insecto barredor en el maíz. No podrías mirarles a la cara y no podrías enfrentarte a ellos porque eres demasiado débil y eres demasiado fuerte. Y no tienes a donde ir en el mundo».
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citael año pasado
    Por otro lado no eres tan vago como para imprimir en el mundo sello alguno de tu importancia. Y no tienes suerte —la verdad es que no—. No tienes aura y tienes una expresión turbada. En este mundo siempre estarás a punto de lograr el éxito pero serás destruido por tu fracaso. Así que has sido seleccionado, elegido; la providencia, cuyo sentido del humor siempre me ha divertido, te ha arrebatado de las fauces del mundo y te ha situado en este espacio seguro, entre tus hermanos»
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citael año pasado
    Es para gente como nosotros por lo que existe la universidad, para los desposeídos del mundo; no para los estudiantes, ni para la altruista búsqueda de conocimiento, ni por ninguno de los motivos que se aducen por ahí
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citael año pasado
    Gordon Finch era grande y rubio y, ya con veintitrés años estaba empezando a engordar. Había estudiado un curso universitario en un instituto comercial de San Luis y en la universidad había tocado varios palos en estudios avanzados en los departamentos de economía, historia e ingeniería. Había comenzado a trabajar en su licenciatura sobre literatura gracias a que había sido capaz, en el último minuto, de obtener un pequeño trabajo dando clases para el departamento de inglés. Enseguida demostró ser el estudiante menos brillante del departamento.
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