A priori, me parece extraño que se escriban tan pocas ucronías o que sean tan poco conocidas; también me extraña que no se escriba sobre la ucronía. Confieso haber sentido una vanidad pueril al considerarme pionero en un ámbito del conocimiento, por ínfimo que sea este. También he sentido la leve paranoia que matiza esa vanidad, la sospecha de que, sin yo saberlo, el tema ya estaría controlado por especialistas que se me echarían encima en cuanto apareciese este trabajo de aficionado. Después de dudar primero y de estar convencido de haber levantado una liebre, de haber sacado a la luz un tema importante después, esperaba de su estudio enseñanzas inéditas. Enseñanzas sesgadas, implícitas, enseñanzas de mal informados, pero aun así enseñanzas, sobre la historia, la literatura y los sueños que las agitan. Porque, si lo pensamos bien, la ucronía no es un asunto desdeñable o, al menos, las cuestiones que plantea no lo son.