Dorothy iba a hacer otra pregunta; pero en ese momento los Munchkins, que habían escuchado en silencio, lanzaron un grito agudo y señalaron hacia la esquina de la casa bajo la cual yacía la Bruja del Oriente.
—¿Qué pasa? —preguntó la ancianita, y al mirar rompió a reír. Los pies de la Bruja muerta habían desaparecido por completo y no quedaban más que los zapatos de plata—. Era tan vieja que el sol la redujo a polvo. Así termina ella, pero los zapatos son tuyos y te los daré para que los uses.