cuando más tarde, ya entrada la primaria, todos los días hacíamos esa tan necesaria distinción de género (cuando llegábamos al colegio, cuando estábamos por entrar al aula y cuando nos íbamos), con esa arcaica educación militarizada y esa moral católica con las que se sigue dando y requetedando hasta el día de hoy, en algún momento habré llorado para cambiarme de fila, o me habré revelado y me habré puesto entre ambas y habré dicho «no quiero estar acá, así que voy a estar en el medio» con esa ternura y esa tan, tan joven sabiduría y fortaleza que me llevó a lo que soy ahora.