Las primeras en abrirse paso entre la tierra empapada fueron las ERINIAS, a las que llamamos furias: ALECTO (la implacable), MEGERA (la celosa) y TISÍFONE (la vengadora). Tal vez fue un instinto inconsciente de Urano lo que produjo la aparición de tan vengativos seres. Su deber eterno, desde el instante de su ctónico (o perteneciente a la tierra) nacimiento, iba a ser castigar los más alevosos y violentos crímenes: perseguir inexorablemente a los delincuentes y descansar solo cuando los culpables hubiesen pagado el espantoso precio exacto. Armadas con crueles látigos metálicos, las furias despellejaban al culpable hasta dejar a la vista el hueso. Los griegos, con su ironía característica, apodaron EUMÉNIDES o «benévolas» a estas vengadoras.