Así, cuando se vieron por primera vez, primero en los pasillos color chocolate y después entre las cuerdas del columpio, sintieron la confianza y la desenvoltura propias de las viejas amigas. Porque una y otra habían descubierto, años antes, que no eran ni blancas ni varones, y que toda libertad y todo triunfo les estaban vedados, y ambas habían decidido crearse otra forma de ser. Su encuentro fue afortunado, pues les permitió apoyarse una en la otra para crecer.