Muchas veces después, me encontré observando el ideograma que llevaba grabado en la mano sin saber qué significaba. Entonces me sometía al ejercicio de recordar cómo había comenzado todo, cómo había llegado ahí. Trataba de evocar cada detalle, cada sensación, con la esperanza de que esas pequeñas cosas fueran como clavos para asegurar los hechos en mi memoria e impedir que lo que el fuego me decía los borrara. Aferrarme a eso como si fuera un mantra me hacía sentir más segura, pero no evitaba que esa otra vida y ese otro mundo del que yo venía se me fueran haciendo cada vez más lejanos