Mario Bellatin

Hay muchas formas de morir.

Vivir escondido es una de ellas.

Sin ninguna razón visible, la madre murió a los pocos días. Esa muerte fue muy curiosa. Desde que parió se quedó estática en el fondo del acuario sin que la hinchazón de su vientre disminuyera en ningún momento.

Cuando me aficioné a las Carpas Doradas, aparte del sosiego que me causaba su contemplación, siempre buscaba algo dorado para salir vestido de mujer en las noches.

Creo que se trata de una deformación de mi personalidad: muy pronto me canso de las cosas que me atraen. Lo peor es que después no sé qué hacer con ellas.

En cada una de mis visitas, tuve siempre la precaución de llevar sólo prendas masculinas.

La última vez que visité los Baños, recordé una historia que me contó un amigo cierta noche en que estábamos esperando hombres en una avenida bastante transitada. A mi amigo le gustaba vestirse exóticamente. Siempre usaba plumas, guantes y abalorios de ese tipo.

Pero parece ser que aquí no se apreciaba muy bien esa moda y mi amigo se quedaba muchas horas parado en las esquinas.

Me dijo que en una de las primeras visitas, los mismos amigos del padre abusaron de él en una de las duchas individuales. Mi amigo no tendría entonces más de trece años y el miedo hizo que no dijera nada de lo sucedido.

Pero ahora aquellos son tiempos idos que nunca volverán. Actualmente mi cuerpo destrozado, esquelético, lleno de llagas y de ampollas, me impide seguir frecuentando ese lugar. Otro factor importante para considerar aquello como cosa del pasado, es el ánimo que parece haberme abandonado por completo.

Además, ahora tampoco tengo casi tiempo para ocuparme de mi persona. Tengo que regentar este Moridero. Debo darles una cama y un plato de sopa a las víctimas en cuyos cuerpos la enfermedad ya se ha desarrollado. Y lo tengo que hacer yo solo.