Marjan Bouwmeester

Los humanos somos, se supone, los únicos animales que se dan cuenta de que están vivos.

En palabras del filósofo Paul Tillich, «la palabra solitude expresa la gloria de estar solo, mientras que la palabra loneliness expresa el dolor de estar solo».

¿qué es la relevancia? Es significación para la gente. Si no hay gente, no hay relevancia.

Según Daniel Dennett, se nos da tan bien imaginar mundos virtuales completamente diferentes gracias a la riqueza de nuestro lenguaje. Las palabras compartidas permiten que nos refiramos a cosas que están más allá de nuestro campo visual inmediato, lo que aumenta en gran medida nuestra capacidad de cooperación. Para Dennett, esta es la magia del lenguaje: nos permite hablar entre nosotros. De lo que tenemos delante y de países lejanos. Del ahora, del ayer y del mañana. De cosas concretas y de conceptos abstractos, como el amor y la injusticia. De lo que existe y de lo que podría existir. Gracias al lenguaje, nosotros, como especie, podemos planear algo inédito en el mundo. Y, además, lograr nuestros objetivos. Como el gran proyecto de la democracia, por ejemplo.

Gracias al lenguaje conocemos nuestra finitud en la inmensidad del infinito.

Expresarse con extremada claridad es peligroso; un exceso de transparencia es mortal: te hace demasiado predecible para tus competidores, demasiado vulnerable.

Los biólogos acostumbran a reconocer siete emociones humanas básicas: ira, miedo, asco, alegría, tristeza, sorpresa y desprecio. Los sentimientos son emociones filtradas, emociones interpretadas por el organismo. Esto significa que siempre son una representación de la situación del individuo. En el caso de la soledad, es probable que esta interpretación incluya una pizca de miedo y otra de tristeza. Los sentimientos tienen muchos más matices y son mucho más complejos que las emociones y, en consecuencia, mucho más susceptibles de diferencias culturales.

Este mundo vacío, aunque lleno de cosas dispersas, y esta existencia desprovista de sentido le provocan la náusea a Roquentin: «¡La cosa anda mal, muy mal! Otra vez la suciedad, la náusea. Y esta vez, una novedad: me dio en un café».

¿De dónde sale el sentimiento de que te han hurtado un propósito al que aparentemente tenías derecho? ¿Por qué no tomar esta apertura radical como algo esperanzador, como una invitación a crear el propósito tú mismo?

Las madres y los padres ayudan a sus hijos a comprenderse: «¡Estás llorando! ¿Dónde te duele?». «¿Por qué gritas? Estás enfadada, ¿verdad?». «Estás muy callado, ¿te pasa algo?». Cuando la gente te pregunta cómo te sientes, aprendes a preguntar tú también. Entonces empiezas a sondear tus emociones con las palabras que te llegan desde fuera. No hay otra manera mejor ni más genuina de saber lo que sucede en tu interior. Si lo haces a menudo, conseguirás una rica vida emocional. Si cavas, ganas en profundidad.