Una marca tiene poderes de los que a veces no somos conscientes. Puede ayudarnos a definirnos, hacer que consideremos cosas que no tendríamos en cuenta sin ella o incluso provocar que nos guste o nos deje de gustar algo. Despertarnos recuerdos, amores u odios irracionales cuya existencia incluso desconocíamos. Y además, una marca crea una narrativa y le da sentido a un conjunto de productos que, privados de ella, solo serían cosas.