El optimismo es hoy, a la vez, una virtud heroica y el último oxígeno. Como es lógico, quien propugne este ingenuo entusiasmo será tomado por idiota. No importa. Cuando en el futuro levante la crisis y vuelvan las arcas a llenarse de esplendor, el optimista de hoy, sin duda, habrá sido escarnecido e inmolado, pero siempre quedará alguien que le llamará visionario, le levantarán un pedestal y pasará a los libros de historia como el economista que estaba en el secreto de las pasiones humanas.