A sus espaldas se abrió el pórtico de los Siempres, e ingresó al teatro la princesa más hermosa que jamás hubieran visto.
Llevaba un vestido color azul noche adornado con delicadas hojas doradas y una larga cola de terciopelo que se arrastraba por el pasillo. Su brillante cabellera color ébano estaba peinada en un rodete alto, rodeado de una tiara de orquídeas azules. Alrededor de su cuello colgaba un collar de rubíes, que se destacaba sobre su piel blanca como sangre sobre la nieve. Sus grandes ojos oscuros estaban maquillados con sombra dorada, y sus labios, con un brillo húmedo rosado.
—Es un poco tarde para que lleguen nuevas alumnas —observó Tedros, mirando a la recién llegada.
—No es nueva —le dijo Chaddick, sentado junto a él.