Pasado un tiempo, se dio cuenta de algo: que quizá la persona a la que había querido hacer descansar con tanto esfuerzo no era él sino a sí misma. Era ella misma, que se había marchado de su casa a los diecinueve años y se había abierto camino en la capital sin ayuda de nadie, lo que había visto reflejado en la silueta cansada de su marido.