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Amos Oz

  • Talia Garzacompartió una citahace 2 años
    No me fue fácil ganarme su confianza. Creo que su experiencia vital le enseñó a ser algo suspicaz, o al menos precavido, al relacionarse con la gente. En nuestros primeros encuentros, se sentaba en un sillón frente a mí, pero con el cuerpo y el rostro vueltos hacia otro lado. Escuchaba muy poco y hablaba mucho. Básicamente, me daba lecciones. Sin embargo, en cada reunión posterior, se giraba unos centímetros hacia mí. En cada reunión, sermoneaba menos y hablaba —y escuchaba— cada vez más.
  • Adal Cortezcompartió una citahace 2 años
    ¡Qué poco sabe una persona de otra! Aunque se esté atento. Aunque no se olvide nada.
  • Adal Cortezcompartió una citahace 2 años
    El tiempo vuela, ¿sabéis? El tiempo vuela. Vosotros vivís como si los años fueran a detenerse y a esperaros, pero los años no se detienen y no esperan a nadie.
  • Adal Cortezcompartió una citahace 2 años
    Un público pasivo acaba con el drama igual que los antibióticos acaban con los gérmenes. Es necesaria una absoluta tranquilidad, tranquilidad interior.
  • Adal Cortezcompartió una citahace 2 años
    El pasado era percibido por Mijael como un montón de cáscaras que había que tirar, pero no dispersándolas por el camino, para que no fueran un obstáculo, sino todas juntas: recoger y eliminar. Ser ligero y libre. Cargar únicamente con el proyecto que se tiene delante.
  • Adal Cortezcompartió una citael año pasado
    ¿Por qué razón plantear preguntas es el pasatiempo judío favorito?
    El hebreo bíblico no poseía signos de interrogación y, sin embargo, el Libro de los Libros está lleno de preguntas. No las hemos contado todas, pero a juzgar por la predominancia de los qué y cómo, y de los quién y por qué, puede muy bien ser el más inquisitivo de las Sagradas Escrituras. Bastantes de las preguntas, es cierto, son retóricas, al proclamar la gloria de Dios. El propio Dios es un gran interrogador. Las respuestas a algunas de sus preguntas pueden parecer evidentes, pero no lo son. Un lector moderno aún puede considerarlas como profundos enigmas inquietantes. Así son las primeras preguntas que alguna vez se plantearon:
    Dios a Adán: «¿Dónde estás?», y: «¿Quién te ha dicho que estás desnudo?».
    Dios a Eva, y luego a Caín: «¿Qué has hecho?». Dios a Caín: «¿Dónde está Abel tu hermano?».
    Y Caín, el primer hombre en contestar a una pregunta con otra pregunta, descaradamente irreverente, más tenebrosa que el más tenebroso tono de jutspá: «¿Soy acaso el guardián de mi hermano?».
    Sí, hermano, lo eres. ¿O no lo eres?
  • Adal Cortezcompartió una citael año pasado
    Por supuesto que los libros estaban considerados como sagrados; pero den a esto la vuelta y verán a un pueblo que amó los libros hasta tal punto que los hizo sagrados. Entonces ¿qué fue antes? ¿La santidad o los rollos? Nosotros tenemos una respuesta y los creyentes tienen otra. Pero también vale la pena observar que después de la destrucción del Segundo Templo, solo los libros se mantuvieron sacrosantos, y ciertas palabras. Nada más. Ni templo, ni reliquia, ni dinastía apostólica. Los rabíes solo son humanos; las estatuas sagradas y las imágenes, totalmente inaceptables. Expulsados lejos de Jerusalén, privados de los Tabernáculos y de la Menorá, el gran candelabro del Templo, solo los libros quedaron en pie.
    Así que cuando corrías para salvar la vida, huyendo de la masacre y del pogromo, de la quema de hogares y sinagogas, eran los niños y los libros lo que te llevabas. Los libros y los niños.
  • Adal Cortezcompartió una citael año pasado
    Si el mundo moderno ha adoptado características tan judías como la angustia existencial, la inquietud nómada, el multilingüismo y las capacidades mediadoras, entonces el mundo moderno puede también llorar con Primo Levi, reír con Mel Brooks, y hacer ambas cosas con Philip Roth.
  • Adal Cortezcompartió una citael año pasado
    Los judíos han intentado siempre razonar con otros, incluso si esos otros se regían por normas diferentes, no verbales, irracionales, rotundamente físicas y violentas. Cuando un contrario era especialmente temible o amenazador, el intento judío de persuasión verbal podía ser trémulo, pero se mantenía firme. Esta pudo ser la razón por la que Shakespeare, tal vez a pesar suyo, asignó la mejor pieza de oratoria de El mercader de Venecia al propio Shylock, por lo demás despreciable:
    Soy judío. ¿Acaso no tiene ojos un judío? ¿Acaso un judío no tiene manos, órganos, miembros, sentidos, afectos, pasiones? ¿No está alimentado por la misma comida, herido por las mismas armas, sujeto a las mismas enfermedades, curado con los mismos remedios, calentado y enfriado por el mismo invierno y verano, como un cristiano? Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos hacéis cosquillas, ¿no reímos? Si nos envenenáis, ¿no morimos? Y si sois injustos con nosotros, ¿no hemos de vengarnos?
  • Adal Cortezcompartió una citael año pasado
    El punto central de nuestro libro no es que los judíos fueran mejores que otros, sino que tuvieron una especial destreza con las palabras. Las palabras se convirtieron en textos. Lo publicado se convirtió en perenne.
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