La mayoría de los acontecimientos históricos del mundo —grandes conflictos militares, revoluciones políticas— son históricos en el plano individual para aquellos que los viven, que actúan con la conciencia de que sus decisiones serán recogidas y analizadas en libros y crónicas durante las décadas o los siglos venideros. Pero con las epidemias no ocurre así: si bien pueden tener un impacto mundial, sus víctimas son, por lo general, gente corriente que vive con unas rutinas establecidas, que no se detiene un segundo a pensar el modo en que se describirán sus acciones en el futuro. Y, lamentablemente, cuando sí reconocen estar viviendo en un escenario de crisis histórica, suele ser demasiado tarde —porque, nos guste o no, el camino que permite a la gente corriente hacerse un hueco en la historia es la muerte—.