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J. Jefferson Farjeon

  • Dianela Villicaña Denacompartió una citael año pasado
    Treinta y cuatro minutos —la corrigió el joven alto y pálido del asiento central de enfrente tras echar una mirada a su reloj. Aunque no tenía marcas en la piel, por su aspecto bien podría haberlas tenido. Su rostro pálido era en parte consecuencia del ambiente que reinaba en la oficina del sótano donde trabajaba y de una fiebre cada vez más alta. Tendría que haber estado en cama
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    Era corista y su conocimiento del mundo se limitaba a las pertinentes visitas a algunas ciudades de provincias. El destino que la esperaba era Manchester, que, visto el estado del tiempo, se presentaba como algo bastante remoto
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    El hermano de la joven iba sentado en el rincón, enfrente de ella. No había más que escuchar la conversación que ambos mantenían para saber que era su hermano, aunque también era fácil adivinarlo por el parecido entre los dos. Se llamaban entre sí «David» y «Lydia»
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    La catástrofe de la tormenta de nieve y la camaradería de la Navidad estaban empezando a soltar la lengua de los pasajeros. El pelmazo era el único que no había necesitado que le animaran a ello
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    Sin embargo, sus vagas premoniciones no se centraban solo en el anciano del rincón. También se había percatado de las fugaces miradas de soslayo que le lanzaba el viejo pelmazo, que, como muy bien sabía, no era tan viejo como para no pensar en ella de un modo muy particular
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    Pero si bien era cierto que Jessie Noyes era consciente de la atracción física que provocaba, defendía que esa era su obligación. Estaba perfectamente al corriente de su poder y de las limitaciones de este y, mientras que el poder, a pesar de los pequeños arrebatos de excitación
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    Qué fantástico sería tener poder para conquistar a un hombre completa y eternamente, en vez de ser solo un efímero capricho
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    pregunta iba dirigida, no con demasiado acierto, al pelmazo.
    —¿Imaginar? ¿Yo? —respondió él—. No creo tener la costumbre de imaginar. Mi lema es tomarme las cosas como vienen, ya sean buenas, malas o indiferentes. Eso se aprende cuando la vida te ha curtido como lo ha hecho conmigo
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    Fantasmas y supercherías —repitió el anciano, cuya desaprobación se desvió hacia el pelmazo. La voz del revisor resonó en el pasillo a lo lejos. Aunque débil, la fuente de la que provenía esa voz fue suficientemente sólida—. Hum... son términos engañosos. El verdadero lenguaje carece de palabras, lo cual explica, señor, por qué algunas personas que abusan de ellas no son en absoluto comprensivas
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    Resumiéndolo en palabras de no más de tres sílabas —dijo David—: ¿quiere usted decir que puede conjurar el pasado?
    —«Conjurar» no es el término adecuado —respondió el anciano—. Implica el uso de la magia, y no hay nada de mágico en el proceso. Podemos revelar (exponer) el pasado. Nada ni nadie puede erradicarlo
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