A esa hora, envuelta en la niebla, la ciudad parecía una foto en blanco y negro. Pensó que, por lo menos en otoño, Saltillo tenía siempre esa apariencia, ya fuera de día o de noche. La única excepción eran, quizá, los atardeceres sobre el Cerro del Pueblo, cuando toda la luz se teñía de violeta y las partes opacas del paisaje ardían en un profundo naranja antes de volverse completamente oscuras.