Tarántula, un nombre femenino, un nombre de animal repugnante que no encajaba ni con su sexo ni con el extremo refinamiento que demostraba en la elección de sus regalos.
Tarántula, sí, porque era igual que la araña: lento y misterioso, cruel y feroz, ávido e incomprensible en sus designios, oculto en algún lugar de esa morada donde te tenía secuestrado desde hacía meses, esa tela de lujo, esa jaula dorada cuyo carcelero era él y tú el prisionero.