Mientras, Anita está en Málaga, acompañando a sus padres en su dolor. Pero no es la misma de antes. Hasta entonces, la muerte era para ella como una desgracia que le pasa a los demás, a las hermanas de los otros, a los padres y a los hijos de los otros, pero no a los suyos. Esa súbita revelación, unida al dolor que le causa la pérdida de su hermana, a la falta de alguien que le alivie la conciencia, la sumen en un estado de profunda melancolía. Quizás la vida sea eso, un continuo desprenderse de los que uno quiere hasta enfrentarse a la muerte propia. Un desgarro constante. La guerra, con su cortejo de muerte y destrucción, le ha hecho darse cuenta, por primera vez, de la fragilidad y la brevedad de la vida.