¿Cómo alentarlas de otro modo a encarar el riesgo de la vida? Señoritas, les diría yo, y escúchenme bien, pues la peroración ya empieza, en mi entender todas ustedes son vergonzosamente ignorantes. Jamás han descubierto nada que valga. Jamás han sacudido un imperio o capitaneado un ejército. Los dramas de Shakespeare no los escribieron ustedes, y nunca han introducido en un pueblo bárbaro los beneficios de la civilización. ¿Qué disculpa tienen? Ustedes argüirán, señalando las calles y las plazas y los bosques del mundo, repletos de habitantes negros y blancos y color café, atareados todos en el comercio, en las empresas y en el amor, que hemos tenido entre manos otra tarea. Sin ella, esos mares estarían sin navegar y esas tierras serían un páramo. Hemos concebido y criado y lavado y enseñado, tal vez hasta los seis o siete años, a los mil seiscientos veintitrés millones de seres humanos que ahora pueblan el mundo, según el atlas, y eso también toma su tiempo.