Económica, política y socialmente, el inestable México del siglo XXI navega en una incertidumbre, más que evidente, descarada. Las principales entidades de gobierno resultaron no solo ser cómplices, sino orquestadoras de la ilicitud reinante en todo el país, donde únicamente han triunfado los demonios. Las máscaras del llamado Crimen Organizado, sustituyeron a los serios y respetables bustos de cuello blanco, o, entre ambos, conformaron el explosivo coctel social del país, exponiendo el perfil del eslabón más delgado; la cara estoica del pueblo, ocupando el espacio doloroso de la incertidumbre y el cadalso. En Aguas torvas, se continúa la saga del narcotráfico mexicano y su versatilidad en los giros inicuos y negocios del dinero abundante y fácil, como única opción permitida para escalar los niveles socioeconómicos en este país, un espejismo para las clases menos privilegiadas, en una vida que lo único que ofrece es redención al sufrimiento, a la imperturbabilidad como forma de vida, en este México sangrante y espinudo. Pepe, un muchacho procedente de la clase más desprotegida, inicia como simple ayudante de un pequeño cártel naciente en una de las colonias marginadas de Zapopan, Jalisco, haciendo de su cotidianidad la delincuencia organizada, hasta convertirse en el capo mayor del mismo y uno de los personajes que desde la clandestinidad llega a significar un líder de opinión, cuyo nombre y semblante se ignora públicamente.
