se miran las uñas y se preguntan
qué hacer con tanta tarde entre las manos.
CECEO
NACIMOS en la cal y vimos
cómo se convirtieron nuestros pueblos
en baratos destinos de agencias de viajes,
apacibles lugares donde oxigenar
los pies enfermos de días nublados,
edén para el turista
que se hace con las casas
que construyeron nuestros padres,
que se come el marisco
que pescaron nuestros abuelos,
que se calienta al sol de las terrazas
y da buenas propinas mientras ríe
cuando oye nuestra zeta.
Qué graciosos, nos dice, qué graciosos.
Ahora, nos mudamos a las capitales
con la provincia en la maleta
y una licenciatura bajo el brazo,
porque en el pueblo ya fuimos, ya todo,
ya no.
Encontramos trabajos con recelo al acento,
comemos en McDonald’s,
y si alguien nos escucha hablar
se burla de nuestra zeta.
Qué graciosos, repiten, qué graciosos.
También vamos al cine,
vemos películas americanas
donde el sureño esclavo, analfabeto y hambriento,
tiene un acento en el doblaje
idéntico al de aquellos que en España
nacimos en la cal.
Más tarde volvemos a casa, donde
nos espera una cena fría y rápida.
Mientras comemos,
una criada que cecea
friega los platos y provoca risas
a los muchachos
de una serie de la televisión.
B2
Los padres también son más conscientes de la importancia que tienen los idiomas para el futuro de sus hijos.
EL PAÍS
APRENDE una segunda lengua, nos insistieron,
y pedimos a nuestros padres un esfuerzo más.
Ellos lo comprendían, y alargaban la mano
con billetes rugosos y una sonrisa presa
de hasta cuándo las clases, hasta cuándo el dinero,
hasta cuándo crecer.
Viajamos a Dublín, Londres, Toronto, Malta…
con sustanciosas becas que el gobierno ofrecía
a la futura clase media,
y pusimos en marcha los primeros
how are you?, my name is, nice to meet you.
Bebimos negra la cerveza,
comimos fish and chips,
cogimos autobuses de dos plantas
e hicimos el amor por vez primera
en dormitorios donde no importaba el idioma.
Después llegó la crisis del ladrillo
y nos pidieron nuestros padres
devolver el esfuerzo.
Emigramos a Londres, Berlín, Hamburgo, Zúrich…
fregamos vasos de cerveza negra,
recogimos bandejas de comida basura,
nos montamos en trenes sucios
e hicimos el amor como último remedio.
Y comprendimos, además,
que una segunda lengua es un exilio
irremediable
hacia el silencio.
EMPRENDER
Hubo unas encuestas en unas universidades (creo que fue en Andalucía), y el 75 % de los universitarios querían ser funcionarios. Esa misma encuesta se había hecho en Estados Unidos, y el 75% querían ser emprendedores, dueños de sus propias vidas. No querían estar en una oficina con un jefe por arriba. Querían tener una idea, agarrar a unos cuantos amigos, desarrollarla y pelearse por ella, y así surgen los facebooks, los googles y los macs. Con un 75% de gente que quiere ser funcionaria no se hace país.
ANTONIO BANDERAS
...en el lavabo llora un funcionario.
ISABEL PÉREZ MONTALBÁN
LOS ricos,
los creadores del país,
aquellos que llenaron
nuestra mirada y nuestra piel
de falsos sueños
y metas alcanzables,
ahora nos sueltan los lobos
de una palabra: emprender,
que no es verbo sino colmillo,
que no es vocablo sino herida.
Ellos no han conocido lo precario,
el frío del invierno filtrándose en las botas,
la bandeja y su peso encima de los dedos,
la nieve hasta las rodillas en la parada del bus.
Es por esto que el joven
de su país
se agarra de la rama de unas oposiciones
para no ahogarse en una ciudad
en la que los abrazos quedan bastante lejos,
y así prefiere
el trabajo alienado tras el metacrilato,
la histeria de las voces en un aula,
la parálisis crónica de una oficina,
porque tan solamente sobreviven
en su país
los funcionarios que, convalecientes,
lloran en el lavabo.
PREDICTOR
Los jóvenes no tienen hijos.
PAPA FRANCISCO en el programa Salvados.
EL predictor encima del lavabo
como una rosa blanca.
Mirados desde el suelo,
conforman un altar sobre el que derramamos
la angustia de nuestra plegaria:
«¿Cómo hacemos, Señor,
para criar a nuestro primer hijo
en este mundo donde nos inundan
las plagas de un contrato temporal,
donde buscamos el fruto bendito
dentro del vientre del microondas,
donde el hogar es cláusula de un alquiler utópico
y la jornada de trabajo es larga
igual que tus cuarenta días en el desierto?
Dinos, Señor, señálanos
qué nos aguarda tras este minuto de rezo:
¿serán dos rayas para hostigar al futuro
o una para llorarnos sobre el pecho del hijo
que no tuvimos?».
OFRENDA
LOS padres de nuestros padres ofrecieron a sus hijos
el olor de las iglesias, las incontables ventajas
de la familia nuclear:
el coche a cómodos plazos, reformar la antigua casa,
dinero para el bautizo del niño.
Los envolvían entre los sedosos ropajes
de la futura clase media.
Nuestros padres nos ofrecieron
las incontables ventajas de ser la clase media:
la universidad a cómodos plazos,
un coche de segunda mano,
dinero para el alquiler.
Nosotros,
estirpe de padres sin hijos,
ofrecemos nuestras manos vacías.