Monstruos Celestiales

–Sí, pero eso no significa que ande por ahí probando insectos.

–Te he visto comer un insecto…

–¡TENÍAMOS SEIS AÑOS!

Aurelio era tan lindo que parecía irreal. La luz de las estrellas danzaba sobre su piel cálida, brillaba en sus ojos cobrizos e iluminaba sus rasgos de tal manera que era casi como si las estrellas mismas hubieran bajado para bailar alrededor de su hermoso rostro…

Aurelio soltó una risa sorprendida, y cuando Teo miró hacia arriba, se encontró con una sonrisa brillante. La clase de sonrisa que le arrugaba los ojos y dejaba a la vista sus dientes perfectos.

–Además, tienes manos muy suaves –agregó Aurelio, que estaba disfrutando la situación.

Tarde o temprano ya no podrás encantarme para que acepte cualquier cosa –murmuró–. Tu don perderá efecto. –Luego se enderezó y comenzó a caminar por el muelle.

–¡Espera un momento! –Teo lo persiguió–. ¡¿Así que soy encantador?!

Xio –dijo con una voz suave conmovedora–, estoy muy orgulloso de tenerte a mi lado.

–Siempre me agradaste –dijo.

–¿Aunque sea un revoltoso? –Teo soltó una risa amarga.

–Porque eres un revoltoso.

–Xio merecía una oportunidad en la vida, como cualquier otro, fuera Obsidiano o no.

–¿Es por eso que siempre vistes de negro? –preguntó Niya–. ¿Porque quieres parecer duro y aterrador?

–Visto de negro porque me queda bien.

Aurelio levantó la mano y desató la tira de cuero rojo para dejar caer su cabello.

Y a Teo se le atoró el corazón en la garganta.