El bestiario de Axlin

Finalmente, retiró el filo, se separó de ella y Axlin pudo darse la vuelta.

Se miraron a los ojos. En efecto, se trataba de un chico de unos diecisiete o dieciocho años. Y era una persona y no un monstruo, pero aun así ella tuvo la sensación de que latía en él algo salvaje. Como ya había advertido, era atlético y de piel tostada por el sol. Su cabello, castaño con tonos rojizos, estaba tan alborotado como si acabara de levantarse

La suerte es caprichosa. Puede acabarse en cualquier momento.

Qué quieres decir con eso? —repitió—. ¿Es que no te gusto?

Se acercó mucho a ella para mirarla a los ojos, y Axlin tuvo que inspirar hondo para calmarse. Claro que le gustaba. Era un chico muy atractivo, y ella no era de piedra.

Él leyó el deseo en sus ojos, sonrió y la besó. La joven respondió enseguida, con gran sorpresa por su parte. Le echó los brazos al cuello y dejó que él la estrechara contra sí y la besara de nuevo, con ardor.

Te deseo todo lo mejor, Tux —murmuró—. Que los monstruos no te sorprendan en la oscuridad.

Y... ¿a quién vas a elegir?

Axlin alzó la cabeza para mirarlo a los ojos, y el corazón le latió un poco más deprisa. Era agradable estar con Tux; la escuchaba con paciencia y siempre la hacía reír. Además, no cabía duda de que era guapo; era alto, ágil y fuerte, y aún no tenía demasiadas cicatrices. Y solo le llevaba tres años y medio. Era obvio que ambos tenían que ser pareja.

—Estáis todos locos —repitió.

—Nadie debería acostumbrarse a esto —contestó en el mismo tono—. Es enfermizo.

—De acuerdo —suspiró Xein—. No seguiremos ofendiendo sus pobres narices.

—¡Humanos, abridnos! —vociferó el conductor—. ¡No somos monstruos!

—Bueno, solo a veces —precisó su acompañante—. Pero hoy ya hemos desayunado.

—Dicen: «Tux es tonto».