El matadero

—Pobre diablo: queríamos únicamente divertirnos con él y tomó la cosa demasiado a lo serio

—Reventó de rabia el salvaje unitario —dijo uno.

su espina dorsal era el eje de un movimiento parecido al de la serpiente.

hombre, soldado en apariencia, sentado en una de ellas cantaba al son de la guitarra la resbalosa, tonada de inmensa popularidad entre los federales

la echaron por lo pronto en olvido. Mas de repente una voz ruda exclamó: aquí están los huevos, sacando de la barriga del animal y mostrando a los espectadores dos enormes testículos, signo inequívoco de su dignidad de toro.

Cuentan que una de ellas se fue de cámaras; otra rezó diez salves en dos minutos