¿Es el amor un acto de imaginación? ¿En lo que creemos el proceso amoroso inventamos personas y paisajes, hechos y reflexiones que luego, cuando los cuerpos ya no están —acaso porque nunca estuvieron—, revelan su carácter ilusorio y pasajero? Esta novela hace suyas tales sospechas y en un juego de espejos y voces de vago origen —todos ellos ubicados en el espacio donde se instala, privilegiada y escéptica, la voz de quien escribe— nos propone una anécdota inquietante, elusiva como suceso e intensa, inolvidable, como discurso amoroso. Un hombre en el desierto, otro en el restaurante de una esquina cualquiera, uno más, ante la mujer que lo fascina y desconcierta, y un hombre en una terraza, mezclan, revelan o intercambian su identidad y sus voces de acuerdo con los ritmos e intereses que marca la voz narrativa: personaje que escucha, persona que escribe. Leer estas páginas nos permitirá apreciar con renovada admiración a una autora que a su maestría y originalidad suma ahora una hondura privilegiada: la de quien argumenta que toda historia es de amor, que todo amor es palabras.