es real», se recordó Jac al entrar, cerrando la puerta. El fantasma de su madre era una aberración, una falacia de su fantasía, un vestigio de su enfermedad; la última reliquia de la horrible época en que el rostro con el que topaba en el espejo no era el suyo, sino el de alguien irreconocible; la época en que estaba tan segura de que los dibujos que hacía con sus ceras no eran paisajes imaginarios, sino lugares donde había vivido, que los iba buscando; la época en que oía gritos de personas enterradas en vida… quemadas en vida… sin que las viera nadie más.