Y vosotros, ¿quién decís que soy yo

La gente ha caído en la tonta costumbre de hablar de la ortodoxia como de algo pesado, monótono y seguro. Y nunca hubo nada tan peligroso y apasionante como la ortodoxia. Era sensatez; y ser sensato es más dramático que ser loco. Era el equilibrio de un hombre conduciendo caballos desbocados; parecía tumbarse aquí y desviarse allí, y no obstante, en cada posición conservaba la gracia estatuaria y la precisión aritmética3.

Los dogmas son «estructuras abiertas», dispuestas a acoger todo lo que de nuevo y genuino descubre cada época en la palabra de Dios. Están abiertos a evolucionar desde dentro, con tal de que estén siempre «en el mismo sentido y en la misma línea»

En otras palabras, no hablamos para convencer a los demás, a los no creyentes, de que Jesucristo es el Señor, sino para que se convierta cada vez más verdaderamente en el Señor de nuestra vida, nuestro todo, hasta el punto de sentirnos, como el Apóstol, «conquistados por Cristo» (Flp 3,12) y poder decir con él, al menos como un deseo: «Para mí vivir es Cristo» (Flp 1,21).