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Christoph Ransmayr

Cox o el paso del tiempo

  • Yatzel Roldáncompartió una citahace 5 años
    Pero, si ponía en marcha esa máquina que nunca dejaría de dar las horas, ¿no se convertiría el paso del tiempo, para todos los ya nacidos o aún por nacer en épocas muy remotas, en algo legible e irrefutable en un abanico de escalas? ¿Y podía un Señor de los Diez Mil Años mandar sobre el tiempo únicamente según su voluntad, o flotaba a la deriva en el río del tiempo como cualquier súbdito anónimo de su imperio?
  • Yatzel Roldáncompartió una citahace 5 años
    El reloj. Su reloj: un trabajo que había que terminar sí o sí. No únicamente porque con él por fin se haría realidad algo que hasta entonces solo había sido largamente soñado, y tampoco porque se tratara de la voluntad del emperador de la China, sino porque entre los muchos anhelos que unían esa columna a su constructor, en Jehol, donde el tiempo se había vuelto más lento y aún seguía detenido, nacía ahora otra esperanza, aún más grande.
  • Yatzel Roldáncompartió una citahace 5 años
    Como el Señor de los Diez Mil Años, el Reloj Intemporal se elevaba por encima del tiempo de los mortales. Daba las horas superando todas las fronteras del día y de los años, y para seguir funcionando no necesitaba que nadie prolongara su marcha cuando se agotaban todas las reservas. Y si en algún momento de un futuro rayano en lo inconcebible dejaba de funcionar, no por ello llegaría al final de su vida útil, sino al final del tiempo.
  • Yatzel Roldáncompartió una citahace 5 años
    Incluso un emperador

    habla con una sola voz,

    ve con solo dos ojos,

    oye con solo dos oídos.

    Su corte, en cambio,

    habla y murmura

    con mil voces,

    ve con mil ojos,

    oye con mil oídos

    y obra con mil manos

    lo que un mar de ojos

    no ve

    si todos los párpados se cierran

    ante

    lo que debe hacerse
  • Yatzel Roldáncompartió una citahace 5 años
    En el cementerio de Highgate, donde descansaba Abigail, Cox, tras quitar de la casa todos los relojes, había experimentado, en el más riguroso secreto, con un mecanismo propulsado por el calor de los residuos orgánicos y los gases que despedían, un reloj empotrado en la tumba de Abigail y rodeado de rosas borbonianas, no más grande que un áster, movido en silencio por el calor de la tierra en la profundidad de los procesos de desintegración... Así, los restos de su hija tendrían su reflejo en una esfera.

    En esa transformación de la gracia de Abigail en los elementos esenciales, ¡la transformación, no la desintegración, no la putrefacción!, quería leer Cox la fugacidad de su propia vida. Aun cuando en su taller siguiera trabajando como antes en los autómatas más exquisitos, en relojes de mesa y de péndulo, para Cox el Reloj de la Vida de Abigail debía convertirse en el único medidor del tiempo, el que daría sentido a su vida. A todo el que preguntaba admirado por ese reloj que embellecía la tumba le decía que era el que correspondía a la hija de un relojero, y un ornamento más digno de su última morada que cualquier ángel de piedra o cualquier corona de laurel de hierro forjado.
  • Yatzel Roldáncompartió una citahace 5 años
    Un reloj para toda la eternidad. El reloj de relojes. Perpetuum mobile:

    ¿Había existido alguna vez un soberano, un gobernante o un emperador de naturaleza divina que hubiese intentado meterse en la cabeza y en el alma de uno de sus súbditos? ¿O era de verdad posible que un relojero y constructor de autómatas de Inglaterra y el emperador de la China, separados entre sí no solo por medio mundo, sino por un universo entero, hubiesen tenido la misma idea al mismo tiempo? ¿Podían entonces ese emperador y ese relojero inglés estar unidos, por encima de océanos, áreas lingüísticas y sistemas de pensamiento, por algo que podía calificarse de afinidad espiritual? ¡Unidos! ¿Aun cuando cada pensamiento, cada ley y cada orden de este mundo parecieran separarlos de manera inconciliable?
  • Yatzel Roldáncompartió una citahace 5 años
    Cox nunca había sentido tan cerca la desmesura y las exigencias del poder absoluto como las sintió esa mañana junto al río. Generaciones enteras de relojeros y constructores de autómatas, incluido él, habían soñado, igual que ese emperador, con mecanismos que se movieran eternamente, que no dejasen nunca de girar sin que jamás hiciera falta volver a darle cuerda: el Perpetuum mobile.
  • Yatzel Roldáncompartió una citahace 5 años
    un sueño imposible que tarde o temprano quería hacer realidad superando todas las fronteras de la razón y la lógica: un reloj capaz de medir los segundos, los instantes, los milenios y aún más, los eones de la eternidad, y cuyas ruedas seguirían girando cuando su constructor y todos sus descendientes y los descendientes de sus descendientes llevaran mucho tiempo desaparecidos de la faz de la tierra.
  • Yatzel Roldáncompartió una citahace 5 años
    Setecientas figurillas de veintiún metales, cristales y maderas distintas, recordaba Cox, de ágatas talladas, de ámbar y de jade, se habían empleado en su día en ese reloj, además de doscientos animales –caballos, aves, camellos, elefantes, noventa de ellos tallados en todas las maderas de la China–, árboles diminutos, cascadas y arroyos de montaña recamados con perlas de río y, después, ¡ese firmamento de diamantes y zafiros ensartados en hilos de oro, la bóveda del trono! Por si fuera poco, todo el personal que tomó parte en la construcción tuvo que fabricar también una segunda versión, intercambiable, de ese paisaje mundano con todos sus bastidores, y había tenido que entregarla al destinatario: una vez como componentes de una corte occidental regida por un emperador europeo, la otra como los de una corte china sobre la cual giraba un cielo con sus estrellas y planetas según una y la misma ley cinética, pero cuyas horas del día y de la noche no tenían la misma duración.
  • Yatzel Roldáncompartió una citahace 5 años
    A fin de cuentas, en Jehol el emperador quería ver no solo secuencias naturales, cómo se abrían y se marchitaban las flores, los cambios de luz, el crepúsculo y la oscuridad o la longitud de las sombras, sino también, por encima de todo, sus queridos relojes y, gracias a su melodía, sus murmullos y sonidos mecánicos, oír el paso del tiempo.
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