La vida me pareció de pronto incierta, puramente física y por tanto del todo incapaz de protegerse de las terribles embestidas, accidentes, enfermedades o incluso de los límites invisibles del tiempo. La vida que tanto apreciábamos no era más que un punto de luz, un minúsculo haz de conciencia, de una fragilidad sin límites, breve, insostenible, y en eso las grandes vidas y las pequeñas estaban igualadas, todas unidas con delicadeza por un mero aliento común.