Cuando notaron que DeAnne se enfadaba, se burlaron y dijeron cosas aún peores: que la gente de color era inmunda y estúpida, que todos robaban y llevaban navajas. Ella respondió airadamente que no era cierto, que su mejor amiga de Los Ángeles, Debbie, era de color y era tan lista como cualquiera y no apestaba, y el único chico que les había robado algo fue un blanco. Esto los enfureció. Le dijeron cosas terribles, la empujaron, le pegaron y la pellizcaron. Regresó a casa llorando. Sus padres le dieron la razón, pero DeAnne nunca olvidó el feo rostro del prejuicio ni la furia de otros niños cuando alguien se les oponía.