¿Biografía apócrifa, novela testimonial?; ¿una elegía, un manifiesto al borde del hacha, un testamento? Lihn, la muerte sigue los pasos en la vida y, particularmente, en la muerte de Enrique Lihn, el prolífico escritor, poeta, novelista, dramaturgo, histrión, el solitario que se quedó en el país de las borrascas, el horroroso Chile de la dictadura, quien jamás dio puntada con hilo.
Disidente crónico y ajeno a las ortodoxias, exploró los límites de todos los géneros, volviéndose un fantasma urbano, de carne y hueso, un lírico desesperado y un sobreviviente.
Maestro de la desinstalación y el desarraigo, mostraba una práctica antigua de exilio en su patria, no en la del lenguaje, que cultivó con maestría a sabiendas de su ineficacia. Lihn, a pesar de los pesares, un artista inspirado y ético.
Lihn va a morir, contra todo pronóstico, y desde ese lugar, tal vez más que nunca, se intensifica su pasión por la vida. Justo allí, en la frontera de los dos únicos países posibles: el de los sanos y el de los enfermos.
“Las palabras que callo cambiarán de sentido” y “Porque escribí estoy vivo”, había escrito.