Mientras que cuando se investiga el problema del por qué del interés sólo puede encontrarse, en rigor, una verdad cuyo reconocimiento pueda imponerse a todo el mundo, siempre y cuando que se apliquen correctamente las leyes del pensamiento, la contestación a la pregunta de si el fenómeno del interés responde a la justicia, a la equidad o a la conveniencia es en un grado notable, necesariamente, materia opinable; por poderosa y certera que sea la argumentación esgrimida en este caso y por mucho que logre convencer a quienes piensen de otro modo, jamás llegará a convencerlos a todos. Así, por ejemplo, quien, exponiendo y desarrollando las razones más poderosas, lograra poner de manifiesto como probable que la abolición del interés acarrearía inevitablemente un retroceso de la riqueza y el bienestar material de los pueblos, no habría conseguido nada para convencer a quienes, desde su punto de vista subjetivo, consideren que esa riqueza y ese bienestar material no tienen gran importancia, a quienes piensen, supongamos, que la vida de este mundo es algo fugaz y despreciable en comparación con la eternidad y que la riqueza material, una de cuyas fuentes es el interés del capital, entorpece más bien que facilita la consecución del eterno destino del hombre.