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Yoko Ogawa

La policía de la memoria

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En una pequeña isla se produce un misterioso fenómeno. Un día desaparecen los pájaros, al siguiente podría desaparecer cualquier cosa: los peces, los árboles… Peor aún, también se desvanecerá la memoria de ellos, al igual que las emociones y sensaciones que llevaban asociadas. Nadie sabrá ni recordará entonces qué eran. Hay incluso una policía dedicada a perseguir a los que conservan la capacidad de recordar lo que ya no existe. En esa isla vive una joven escritora que, tras la muerte de su madre, intenta escribir una novela mientras trata de proteger a su editor, que está en peligro porque forma parte de los pocos que recuerdan. La ayudará un anciano al que empiezan a fallarle las fuerzas. Mientras, lentamente, nuestra protagonista va dando forma a su novela: es el relato de una mecanógrafa cuyo jefe acaba reteniéndola contra su voluntad en un altillo. Una obra sobre el poder de la memoria y sobre la pérdida.
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375 páginas impresas
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Opiniones

  • Sol Ríoscompartió su opiniónhace 10 meses
    👍Me gustó
    🐼Adorable

    Fue una lectura agradable, sin embargo creo que había demasiadas descripciones que, a veces, no sumaban a la historia.

  • Beth Luriiacompartió su opiniónhace 2 años
    👍Me gustó
    💀Espeluznante
    🔮Profundo

    Tiene sus partes existencialistas e interesantes, pero también otras un poco extrañas, además de un final que te deja un poco una sensación de vacío no taaan agradable, aunque tampoco desagradable 👀
    Está bueno, pero extraño.

  • Ana Saenzcompartió su opiniónel mes pasado
    👍Me gustó
    💀Espeluznante
    🔮Profundo
    💞Romántico
    🚀Adictivo
    💧Prepárate para llorar

Citas

  • Mercy Mtzcompartió una citael año pasado
    ¿Cómo es posible añorar lo que no se recuerda?
  • Ana Saenzcompartió una citael mes pasado
    Adiós —replicó él con la mirada fija en el espacio vacío que sostenía entre sus manos. Dejó transcurrir un buen rato, hasta que estuvo convencido de que ahí no quedaba nada, entonces dejó caer los brazos, desprovistos de fuerza, inertes, se acercó a la escalerilla y, escalón a escalón, alcanzó la trampilla, que levantó sin demora, permitiendo que un haz de luz se colara en la estancia por la abertura. Atravesó el hueco y desapareció. La portezuela volvió a cerrarse de inmediato con un crujido, y la oscuridad regresó. Escuché el leve rumor de la alfombra al extenderse sobre la trampilla.

    Y así, encerrada en el refugio, asumí la inevitable realidad de mi progresiva desaparición.
  • Ana Saenzcompartió una citael mes pasado
    Me alivia que sea la voz lo último que vaya a desaparecer —dije—. De esta forma, me veo con mayor predisposición a afrontar el instante final de la manera más tranquila y serena posible, sin tener que pasar por un calvario de dolor, sufrimiento y miseria.

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