Partiendo de las palabras de Pablo Romanos 1:20: «Porque las cosas invisibles de él, (Dios) su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa», el autor se centra en cinco de estas “cosas hechas” o características humanas y naturales a las que la ciencia trata de dar una explicación desde la pura materialidad, pero no logra aportar una solución satisfactoria y concluyente, porque que sólo pueden ser explicadas si Dios existe: (1) la racionalidad del mundo, (2) la vida, (3) la conciencia humana, (4) el pensamiento simbólico y (5) nuestro propio “yo”.
A cada una de las dos primeras dedica un capítulo:
DIOS Y EL COSMOS, responde a la cuestión de la racionalidad del universo, respondiendo a la falacia del azar como causa creadora de toda la realidad, de las misteriosas leyes de auto-organización desde la materia inorgánica a la vida. La existencia de tal racionalidad no puede ser explicada si no existe una mente infinita racional que sea el origen de la realidad. El universo es racional y refleja el orden de la mente suprema que lo gobierna.
DIOS Y LA VIDA, responde a la pretensión de Richard Dawkins y otros paladines del nuevo ateísmo, de que «la vida surgió por azar en el universo, en un planeta de cada mil millones, de los que la Tierra sólo sería uno más», demostrando que tal afirmación se asemeja más a un ejercicio de superstición que a un razonamiento científico. Si una cosa es imposible (como la aparición de la vida por azar), seguirá siendo imposible por muchos miles de años o de planetas que se le añadan.
Las tres restantes: la conciencia humana, el pensamiento simbólico y nuestro propio “yo”, las trata en el capítulo final:
DIOS Y LA CONCIENCIA. La explicación en boga para explicar el pensamiento humano es que las computadoras llegarán también algún día a ser conscientes porque nosotros mismos no somos más que computadoras hechas con neuronas. Pero solo una fe ciega e infundada en la materia permite creer que ciertos trozos de ella hayan podido “crear” la conciencia, que no tiene el menor parecido con la materia. Y más allá de la conciencia, se encuentra el fenómeno del pensamiento, de la comprensión, de la captación de significado; y más allá todavía de la conciencia y el pensamiento, está el mayor de los misterios, la realidad del “yo” personal. ¿Quién es este yo? ¿Dónde está? ¿Cómo llegó a existir?
La única forma coherente de explicar todos estos fenómenos es reconocer que están por encima de las realidades físicas a las que la ciencia humana tiene acceso. Es inconcebible que la materia, por sí sola, sea capaz de generar seres que piensan y actúan. La vida, la conciencia, la mente y el yo, sólo pueden tener su origen en lo divino.
El libro se cierra con una CONCLUSIÓN de carácter evangelístico, y se completa con un INDICE ANALÍTICO y ONOMÁSTICO.