La comerciante de libros

Es la palabra del Señor. Puedes leérmela y podré tocarla. Me dará buena suerte.

Pero así era el mundo. Siempre había depredadores y presas, y nada sabían los pájaros de que la carne que picoteaban hubiese palpitado de vida; ni lo sabían ni les importaba, como no le importaba a la gente que se comía la carne de los pájaros. Así era la naturaleza.

Tal vez nos fuera bien leerla a todas. Las palabras de nuestro Señor son instructivas para nuestras almas en cualquier idioma.

«Ya te darán tu merecido, Hus —alegó su sentido común—. No tengas prisa. Sólo es papel, tinta y pergamino. Los libros son sustituibles. No así las manos que los copian. Cuantos más libros queme el arzobispo, más copiaremos, hasta que la última choza del Santo Imperio Romano tenga su propio evangelio, y en su propio idioma.»

A veces un poco de verdad dicha a la cara, sin rodeos, oculta lo que no se dice.

No hay rosa sin espinas.

Las damas tienen derecho a albergar secretos en su corazón.

cuando un hombre ha visto la luz de la verdad, ya no puede darle la espalda, al menos si quiere seguir llamándose hombre.

A veces un poco de verdad dicha a la cara, sin rodeos, oculta lo que no se dice.

Estoy seguro de que hay charlatanes en todos los oficios, ¿no os parece?