Cincuenta Sombras De Grey

son tus límites, y tú tienes que saber cuáles son los míos. Se trata de un consenso, Anastasia. – ¿Y si no quiero? – Perfecto -me contesta prudentemente. – Pero ¿no tendremos la más mínima relación? -le pregunto. – No. – ¿Por

«Un hombre que consigue adueñarse absolutamente de su mente puede adueñarse de cualquier otra cosa para la que esté legalmente autorizado».

– Nunca había dormido con nadie, nunca había tenido relaciones sexuales en mi cama, nunca había llevado a una chica en el Charlie Tango y nunca le había presentado una mujer a mi madre. ¿Qué estás haciendo conmigo?

– ¿Esto es lo que te gusta de verdad? ¿Verme así?
Me restriego la nariz con la manga del albornoz.
Me observa desconcertado.
– Eres un maldito hijo de puta.
– Ana -me suplica, conmocionado.
– ¡No hay «Ana» que valga! ¡Tienes que solucionar tus mierdas, Grey!

Suelto una risita, y él ladea la cabeza.

—Qué sonido tan bonito —murmura.

Estoy llorando la pérdida de algo que nunca he tenido. Qué ridículo. Lamentando la pérdida de algo que nunca ha existido…

– Bollinger Grande Année Rosé 1999, una añada excelente.

No quiero que te vayas -murmura con voz anhelante.
– No puedo quedarme. Sé lo que quiero y tú no puedes dármelo, y yo tampoco puedo darte lo que tú quieres.

—¿Qué tendrán los ascensores? —

—Me gustaría morder ese labio —susurra turbadoramente