Ambos se deleitaron en el descubrimiento de las palabras inaudibles que pronunciaban con la lengua del otro, con los labios de la otra, lo que decían su lengua y la de él, buscándose con anhelo como buscaban a tientas en el pelo, la carne, el aliento, algo que no sabían describir. Jugaron así un buen rato, hasta que sus cuerpos se llenaron, como las piedras, de húmeda sal y rocío.