Su convencimiento acerca de la malignidad de Sula generó en ellos explicables pero misteriosas transformaciones. Una vez identificado el origen de sus personales desventuras, quedaron libres de protegerse y quererse entre sí. Comenzaron a apreciar a sus maridos y esposas, a proteger a sus hijos, a reparar sus casas y, en general, a hacer frente común contra el demonio que vivía entre ellos.