La justicia ha tardado, pero, al fin, se ha hecho sólida con la obra de Vicente Huidobro. Hoy en día, se presenta una revitalización de los estudios en torno a sus libros de poemas y manifiestos, esencialmente a partir de las investigaciones del profesor norteamericano René de Costa y del chileno Cedomil Goic, la existencia de la Fundación Vicente Huidobro con su sede en Santiago de Chile, la Casa-Museo de Cartagena (un ejemplo de correctísima museología) y la crítica, tanto española como hispanoamericana, académica y periodística (que permanecieran muchos años al margen de las necesarias consideraciones que su poesía y su figura merecían) año tras año han ido engrosando la bibliografía en torno a este autor con ediciones críticas, facsimilares, con dosieres en revistas, artículos, notas, reseñas, etcétera. Antaño y tal vez, porque las absurdas polémicas oscurecieron con frecuencia otras posibles lecturas o porque esa misma crítica se había polarizado injustamente (Huidobro-Neruda; Huidobro-De Rokha; Huidobro-Reverdy; etcétera) hasta llegar al extremo de rechazar de plano rendir un mínimo tributo o reconocimiento a la obra y a la conflictiva y profunda personalidad del poeta y escritor vanguardista chileno. De tal forma que su escritura fue olvidada y postergada salvo en el caso de los poetas –y menciono a Octavio Paz o Jorge Teillier, por ejemplo– quienes supieron dar con la estatura de Huidobro y con la trascendencia irrefutable para la literatura hispanoamericana y, en general, en lengua castellana.