La educación se destinaba a acercar al menos la mentalidad de los varones de todo Japón a esa idea y que la asumieran. Incluso las típicas estatuas de bronce del filósofo Sontoku Ninomiya leyendo un libro, que había en un rincón del patio del recreo de casi todas las escuelas primarias y que simbolizaban la diligencia, fueron despedidas entre vítores, igual que los soldados, cuando se las llevaron como chatarra para reaprovechar el metal.